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Escenas de una vida académica

  • Isabella García-Ramos Herrera
  • 10 may 2022
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 9 nov 2022

—Serie de microrelatos



1. Exposición

—Mira, el profesor y el que tiene alma de profesor.

—Sí, pero, ¿cuál es cuál?


2. Un almuerzo de dos profesoras y una futura docente

Una Grande no es una Grande solo porque es Grande. Una Grande es una Grande porque otras ven la Grandeza de su labor.


3. Primer día de clases

La coordinadora me saludó por mi nombre y mi lugar de origen. Lo hizo con todos. Incluso, agregó algún pequeño comentario: “me encanta que hayas logrado venir”, “uff, madre mía, lanzarte ese viaje hasta acá”. Qué capacidad de retentiva para acordarse de todos. Qué capacidad para hacernos sentir bienvenidos desde el primer día.


4. Último día de clases

—¿A dónde vas?

—A clase.

—Pero si a ti no te toca hasta dentro de dos horas.

—Lo sé, pero entraré a la de antes para disfrutar de este último día de clases.

—Te envidio.

—¿Por qué?

—Envidio tu pasión por las cosas que haces.


5. Orfandad estudiantil

—Siempre me he sentido huérfano de maestros hasta que llegué aquí.

Lo escucho, medito y sonrío. Sonrío al pensar que, al contrario de huérfana, yo he tenido una familia académica bastante numerosa. Si me pusiera todos los apellidos de todos los profesores a los que admiro, no entrarían en el DNI ni en ningún documento de identidad, aunque sí que forman parte de mí.


6. Adopción de profesores

—Cuidado con esto.

—¿Con qué cosa?

—Con estas madres o estos padres que encuentras en los profesores, a veces pueden ser relaciones peligrosas.

Parpadeé.

En mi cabeza, apareció esa profesora que se volvió madre que se volvió madrastra.

—Ya, lo sé.

Parpadeé otra vez. En mi cabeza apareció un pensamiento.

“Pero solo porque haya madrastras o padrastros allá afuera no debería privarme de abrirme a la oportunidad de conseguir otros padres y madres, ¿o sí?”

Parpadeo por tercera vez.

¿He aprendido la lección?


7. Ponencia

Éramos pocos. Estábamos sentados en las filas de aquel auditorio lo más cerca del pasillo y del podio. Tres profesoras nos miran.

—Pues, como somos pocos, aprovechemos el rato juntos.

—Sí, que aquí estamos en familia.


8. Clases de Historia

—Y este Rey tuvo dos hijas…

Digo sus nombres en voz alta. La profesora me mira y asiente.

—Aunque no recuerdo cuál vino primero —confiesa ella.

Yo le indico.

—Gracias, querida.

La profesora lo anota en la pizarra. Un amigo se voltea y me dice:

—¿Y tú cómo sabes eso?

Dudo al contestar. Me parece demasiado obvio.

—Porque… ¿me gusta leer…?


9. Biología

Siempre me ha interesado la medicina… en la teoría. En la práctica, no tengo estómago. Mi profesora de Biología me ve desde el otro lado del papelito. Es mi primer examen oral. Dos preguntas, cada una 10 puntos sobre 20, nada más. Las rodillas me tiemblan de pie en medio del laboratorio. La profesora lee la pregunta. Describir el recorrido de la Vena Cava Ascendente. Lo recito de memoria. La Vena Cava Ascendente y la Descendente ambas desembocan en mi agitado corazón.

—Huele a 20, doctora.

“Doctora”, la profesora no le dice así a nadie. Otro papelito. Contengo el aliento. Siento las Venas Cavas palpitando a la velocidad de mi corazón nervioso.

—¿Cómo se llama la vena que está detrás de la rodilla?

La adrenalina corre por mis venas, mi mente corre en búsqueda de la respuesta. Entre parpadeos recuerdo una página, una esquina, la inferior, la izquierda, debajo de una foto.

—Poplítea.

—20, doctora, puede sentarse.

Me siguió llamando “doctora” hasta que me gradué, incluso cuando rechacé sus varias propuestas de estudiar medicina en su academia. Ella preparaba a los mejores de la ciudad para el examen de admisión más difícil del país. Yo escogí estudiar otra cosa. Pero aún escribo de medicina. Aún recuerdo a las Venas Cava y Poplítea.


10. Ir a una graduación como profesora

La encargada de protocolo, a la que estoy persiguiendo desde que llegué, me asigna mi puesto en la fila de profesores. Me toca junto a una eminencia de la universidad que me dio clases en la carrera y en el Componente Docente. Lo saludo, emocionada. El entusiasmo es recíproco.

—¿Qué estás haciendo?

—Dí clases este último semestre.

—Qué maravilla. ¿Y ahora?

—Me voy a estudiar a Europa.

Un par de palmaditas en la espalda y me sonríe.

—Sé que hace un año estabas aquí, me encanta verte ahora como profesora, eso sí, no lo dejes, ¿eh?

—¿Dejar el qué?

—Las clases. Necesitamos más docentes como tú.



11. Rebeldía de la buena

—A estos niños habría que enseñarles cuál es la rebeldía de la buena. No esa de sentarse en el patio del recreo y rehusarse a volver al salón de clases. Rebeldía de la buena es que al director lo citen del Ministerio de Educación todos los viernes, a la misma hora atravesada en la tarde para que no pueda disfrutar de su descanso laboral, sólo para revisar el mismo pensum y que él asista, siempre, para decir que no lo va a cambiar porque cree en la libertad de pensamiento.



12. Lo que no nos pueden quitar.

Birretes, togas, alegrías y tristezas, una etapa que se acaba, un futuro que comienza, y una frase en medio de un auditorio lleno de almas jóvenes que quieren volar a pesar de que la dictadura no lo quiera: “lo único que no nos pueden quitar, ellos que se han empeñado en quitárnoslo todo, lo único que no nos pueden quitar es esto que tenemos aquí” y así, el orador, se señala la cabeza.



13. ILY

Una niña de 11 años y una joven profesora de 24 caminan por el patio del colegio. Vienen de almorzar juntas en el salón de clases, vacío, mientras los niños están en el patio. Ahora, juntas, se sientan en un banco. Frente a ellas, los niños juegan. Nadie se ha dado cuenta de que la niña se quedó a solas con la maestra. Nadie se ha dado cuenta de que la niña tiene miedo. Nadie, excepto la niña, nota que la profesora le pone una mano en el hombro.

—Tranquila, que mientras estés aquí sentada, no vendrán a molestarte.

La niña respira como si se hubiese estado ahogando.

—ILY, miss.

La profesora luce confundida.

—¿Qué significa ILY?

—Significa I love you.

—I love you too.

*13 años después*


Una joven mujer de 24 años está viendo Instagram. Se le cruza un post que dice “No tuve terapeuta ni psicólogo en bachillerato, pero sí tuve una profesora que me dejaba llorar en su oficina y almorzar con ella y pienso en ella todos los días”. La acción es automática. Nadie se ha dado cuenta pero ella le ha dado a enviar el post. Nadie se ha dado cuenta pero ella busca un usuario específico entre sus seguidores. Nadie, excepto una profesora de 37 del otro lado del océano, se da cuenta de que ha recibido un mensaje privado por Instagram.

—Gracias por tanto —viene con el post.

Puntos suspensivos. Tres puntos que titilan. No dejan de brillar.

Un mensaje.

—Me arrugaste el corazón. Gracias por esas palabras. ILY.

—I love you too.



14. Fortuna

—Aún no entiendo cómo nos hemos hecho tan cercanas tan rápido.

—Ni yo, pero mejor así, porque ya se nos fue el año pero saldré de aquí con una muy buena amiga. Con más de una, de hecho, pero tú y yo es que nos parecemos demasiado.

—Así es. Qué fortuna haberte conocido.

—La fortuna es mía.

—Nuestra.



15. Gracias a usted

Una estudiante está haciendo cola en Control de Estudios para pagar la mensualidad de la universidad. A sus espaldas, un hombre en sus cuarenta habla por teléfono. Mientras adelante pagan, ella se inclina levemente para escuchar al hombre de atrás.

—¡Profesor! ¿Cómo está? ¿Cómo me le va? Me alegra, me alegra saber que está bien. Mire, profe, lo llamo por una cosa muy sencilla pero importante. Adivine donde estoy… Sí, en la Universidad. ¿Y sabe por qué? Porque me he decidido, voy a inscribirme para estudiar Educación. ¿Y sabe por qué? Porque si siempre he querido ser profesor es gracias a usted.



16. Los mellizos de A

Los profesores suelen tener alumnos en los salones, pero a algunos les nacen hijos en los pupitres. Hijos que entre ellos, al comienzo, no se conocen, pero terminan haciéndose grandes amigos, grandes hermanos, mellizos incluso, como los de A; porque la admiración que sienten por ese nuevo padre o esa nueva madre es tal que se convierte en uno de los pilares de esa amistad.



17. Reto Tesis

Aún no sé a quién le brilló más la mirada, si a mi tutora o a mí, esa tarde templada de enero cuando, junto a la piscina y con computadoras portátiles al frente y refrecos en las manos me dijo:

—Te reto a que le metas esto a tu tesis.

—¿Hablas en serio?

—Claro, es más, crea tú tu propio modelo.

—Sabes que soy capaz, ¿eh?

—Lo sé, por eso te lo estoy diciendo.



18. Aprender un nuevo idioma

—Sería maravilloso que hicieras la tesis de este tema.

—Ya, pero no sé si sea ético y academicamente viable, no hablo el idioma de la obra original.

—Si lo hablaras, te encargaría esa tesis.

—Bueno... No me ilusiones tanto, quizás de aquí a seis meses puedo aprender un nuevo idioma.

—¡No, no por Dios, no inventes! ¡Que sé que eres capaz!

Las carcajadas se escucharon por todo el lugar.



19. Francés

Diez meses prácticamente encerrada aprendiendo francés como terapia contra la dolencia de tener demasiado tiempo a mi disposición y no saber qué hacer con él.


Siete meses después llego a una clase y la profesora habla el mejor francés que he escuchado. Desfallezco como fan de los Beatles, ojalá hablar algún día así de bien.



20. Inglés

—Necesito que alguien lea este poema en su versión original. ¿Alguien habla inglés?

Levanto la mano. Me pongo de pie. Leo. Recito. Espero haberlo hecho bien.

Jamás se me olvidará la cara del profesor que pidió el voluntario. En su rostro serio jamás había visto una sonrisa como esa, ni sabía que esos ojos oscuros podían brillar así.

 
 
 

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