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Arqueología del siglo XXI

  • Isabella García-Ramos Herrera
  • 28 abr 2022
  • 9 Min. de lectura

Actualizado: 16 may 2022

—Escena teatral basada en un estracto de la novela "El papiro de Miray"

FRAGMENTO “EL PAPIRO DE MIRAY”. Páginas 185-187.


“Casi nadie sabía de su trabajo minucioso hasta que se descubrió. Se halló el cuaderno con un lote de libros de segunda mano en una librería de Cambridge. Era un pequeño local, custodiado por una anciana -encorvada y con los dientes negros y torcidos -. Las ganancias estaban destinadas al cuidado de perros y gatos abandonados. Se encontraba en una caja de color gris oscuro que se cerraba encajando la parte interior en la de fuera. Tenía pegada una etiqueta de gran tamaño que rezaba: UNCLASSIFIED, 2015. Aparte del cuaderno de letra pequeña de Angels, nada más había ahí dentro. Aparecía su firma en la primera página, junto a la fecha en la que, presumiblemente había empezado a llenar las cuartillas: 2004.

Su trabajo empezó con la transcripción de los trozos del papiro que estuvo depositado durante mucho tiempo en la biblioteca universitaria, y era la profesora Angels la única persona autorizada a manipularlos. En ella se custodió el rollo, envuelto en una pieza de lino de color pardo con listas azules en los bordes. Hoy ha desaparecido. También se debió de perder con él el cuaderno o las páginas en las que transcribía el texto en arameo. La profesora Angels trabajaba en una sala especial y no dejaba que nadie se acercase mientras lo hacía.

Solo mantenía conversaciones con una viejita que se ocupaba de recoger los restos de comida y basura en la coffee-shop de la biblioteca. Hablaba con ella cuando bajaba a tomarse una taza de té y un sándwich a mediodía, siempre sentada cerca del mueble en el que se depositaban las bandejas con los desperdicios. Era una extraña amistad la de una profesora de su categoría y una anciana limpiadora que no ganaba ni para arreglarse los dientes. Pero el caso es que no hablaba con nadie más. La doctora Angels era un misterio. Había pasado de ser una profesora, correcta y altiva, como todos los profesores, a desaparecer después de la muerte de su marido -el famoso arqueólogo John Showers-: hubo una larga temporada que no dejó verse y corrieron rumores de que había perdido la cabeza. Pero no fue así, como se pudo saber más tarde, la profesora Caroline Angels volvió a la biblioteca, las primeras semanas se le veía desaliñada y arrastraba los pies, pero poco a poco empezó a moverse afablemente, entraba sonriente y volvió a cuidarse el pelo -su pelo rubio había sido la envidia de colegas, incluso de jóvenes estudiantes-, ahora lo llevaba recogido en una gruesa trenza y tenía una luz tan especial que le iluminaba la cara y la tez arrugada y blanca. A pesar de los años que tenía, conservaba una dignidad indómita; algo menos terca y mucho más dulce que cuando era joven… Pocos lograban explicarse cómo se había recuperado y no solo eso sino el porqué de que pareciese más decidida y segura que antes. Durante los años de juventud estaba siempre a la sombra de John, tensa y agitada, ahora parecía más reconciliada consigo misma, más concorde con su trabajo y su vida. Entraba apenas abrían la Library, había días que esperaba en los bancos de la entrada, a que quitasen los candados de la cancela, parecía anhelante por continuar su trabajo. Pasaba muchas horas en la sala especial que se había habilitado para su investigación. Trabajaba infatigablemente.”


 

(La luz de la escena es tenue. Parece un apartamento tipo estudio. La decoración es minimalista. Hay una mesa con dos sillas, una computadora portátil y un cuaderno azul sobre esta. De fondo, una gran biblioteca llena de libros, desde el techo hasta el suelo, cubre toda la pared. Del perchero cuelga una bufanda de un equipo de rugby: tiene el escudo de la Universidad de Cambridge. Varias reliquias de arte clásico decoran el lugar: hay un busto griego de la diosa Atenea, una miniatura de La Victoria alada de Samotracia y una fotografía en blanco y negro, enmarcada como un cuadro, de un edificio de arquitectura griega, es el British Museum.


Se escucha una puerta abrirse. Afuera, llueve. Vemos a una joven mujer entrar a escena. La luz se intensifica. Se quita la gabardina y la cuelga del perchero. Deja el paraguas con mango curvo en una cesta cilíndrica justo al lado. Pasa al salón, deja el maletín sobre una silla. Su atuendo es tipo ejecutivo, como de la última colección de otoño. Se mete la mano en el bolsillo y saca una carta. La abre y la lee como quién ya la ha leído mil veces. Sin embargo, la joven suspira y se lleva una mano a la cabeza.)


NARRADORA: En Cambridge se volvieron locos. ¿Cómo me van a encargar a mí semejante tarea? “Pero sí tú fuiste quién descubrió todo”, me dijeron. “No, yo no descubrí nada, lo descubrió todo ella”, les respondí. Porque esa es la verdad. La pura verdad. Que yo lo haya sacado a la luz pública es otra cosa.

Yo sé que todos tenemos profesores que nos marcan nuestra vida académica, para bien o para mal. ¡Y sí! ¡Ya sé que ella marcó la mía para bien! (Transición (TR) – Pensativa) Nunca le dije que gracias a ella me convertí en profesora. Qué honor, además, que me aceptaran en el mismo Departamento en el que ella estuvo toda su vida… No sé si alguna vez me consideró su colega. De haber sido así, menudo lujo, aunque no me lo merezco.

Aún la recuerdo trabajando en la biblioteca. Horas y horas. Yo creía que yo trabajaba mucho, pero es que ella era otra cosa. Incansable, dedicada, meticulosa. Se notaba en sus correcciones en clase, también en sus cuadernos de anotaciones. Hay profesores que lo son simplemente por el prestigio y el estatus que da el puesto, o porque no saben en qué otra cosa podría derivar su vida profesional. Pero ella era la Academia hecha persona.

Nunca llegamos a hablar. O al menos, no demasiado. Me saludaba en las mañanas cuando ambas llegábamos a la biblioteca. Ella siempre llegaba antes de que abriera. Yo llegaba corriendo cuando el encargado metía la llave en el cerrojo de la puerta. Y siempre, con un elegante “buenos días”, ella seguía su camino hacia ese cuartico que tenía reservado en tan magnífico lugar. A veces, cuando tengo que buscar un libro y paso por allí, me da una nostalgia tremenda. Creo que es porque siempre veo el cuartico vacío. Como si nadie más pudiese ocuparlo, nadie más que no sea ella.


(La Narradora vuelve a mirar la carta en su mano).


NARRADORA: ¿A quién demonios se le ocurrió semejante tontería? ¿Por qué creyeron que yo era capaz de hacer esto? ¡Sí, rescaté su cuaderno del Books for free y su biblioteca personal de aquella tienda de segunda mano adonde fue a parar! Pero nada más, nada más. Ugh. Ya sé qué diría mi mejor amiga y colega del Departamento (cambia la voz para imitarla) ¿Y a ti te parece “nada más” haber descifrado sus cuadernos para publicar su investigación sobre el papiro de Judea?”

Aún me parece una osadía. Me avergüenza el hecho. ¿Quién soy yo para meter las narices en un manuscrito de una mujer tan elevada? Si es que ella era un faro y yo no llego ni a antorcha. No sé en qué estaba pensando cuando lo hice. ¡Lo peor es que todo el mundo me alabó por hacerlo! (cambia la voz con cada frase para imitar a distintas personas) ¡No sabíamos que estaba trabajando en eso! ¡Menudo descubrimiento, querida! ¡La arqueología del siglo XXI: desenterrar manuscritos!

Al comienzo me sentí orgullosa. Hasta que me sentí una completa y absoluta acosadora. Pensé que más de uno confundiría mi admiración con obsesión. Por supuesto que no. Me da terror que alguien piense eso. Sería el mayor de los irrespetos. ¿Creer que lo hice por algo distinto a salvaguardar el recuerdo de una eminencia de nuestra universidad como lo fue ella? Por supuesto que no.


(La Narradora va hacia la mesa y toma el cuaderno azul. Lo levanta, pasa las páginas con delicadeza, sonríe).


NARRADORA: Aún recuerdo como reí y lloré traduciendo su letra que, ya hacia el final, parecían verdaderos jeroglíficos. Gracias a Dios siguió escribiendo en inglés, porque mi arameo es terrible. No podía evitar recordar sus clases mientras leía sus comentarios con respecto al texto. Me dio clases en el primer año de la carrera. Era de mis materias preferidas: Principios Básicos de la Arqueología I. Después tuve que escoger por cuál rama me iría y siento que la traicioné cuando me dediqué a los griegos… (TR — Nostálgica) pero a raíz de la muerte de su esposo, ella desapareció y yo seguí mi camino.


(La Narradora sigue estudiando el cuaderno.)


NARRADORA: Cuando volvió a la universidad, no lo pude creer. Yo venía caminando desde casa, siempre prefiero caminar a la universidad antes de cualquier otro método de transporte, así disfruto el recorrido, y cuando crucé la puerta de la Facultad, saludé como todas las mañanas a los dos trabajadores del punto de información en el lobby, miré a mi izquierda y ahí estaba. Saliendo de su antiguo despacho. Traía varios papeles y libros en la mano. Creí que se le caerían en algún momento, pero cuando quise acercarme a ayudarla, mi cuerpo me traicionó por completo. Me detuve. La vi pasar. No sé si ella se fijó en mí, en la antigua alumna que ahora es la profesora más joven del Departamento. Se veía diferente. Algo apagada. Se me partió el corazón. (Pausa, mira el cuaderno). Me fui a mi despacho casi arrastrando los pies y estuve todo el día con una mezcla rara en el pecho. Estaba feliz de saber que había vuelto, pero triste al verla en ese estado. Me habría gustado ayudarla. Aunque, ¿qué habría podido hacer yo? Nada. Probablemente, no, de seguro no habría podido hacer nada. Solo compadecerme de ella en silencio y admirarla, como siempre, desde la distancia. Quizás por eso decidí publicar todo. En un afán de hacer por ella lo que no pude hacer en ese momento. Porque aún la admiro, a un año de su muerte.


(La Narradora mira el cuaderno, mira la carta y vuelve a verse frustrada.)


NARRADORA: ¡Y ahora me han encargado que dé unas palabras de apertura a la exposición que va a hacer el Departamento de Arqueología de la Universidad conjunto al British Museum en Londres! Todo gracias al papiro que la profesora descubrió. ¡Y gracias a esta entrometida que está aquí! (Se señala) A la que se le ocurrió la brillante idea de publicar el trabajo de la profesora con respecto a dicho papiro. El trabajo académico, claro, las anotaciones personales no se las comenté a nadie. Me sentí la mayor de las intrusas leyendo aquello. Aún recuerdo la primera noche en la que me senté frente al cuaderno azul. Suspiré y alcé la mirada hacia el techo, casi como si rezara y le susurré al vacío: ¿Tengo permiso de leer esto? (Pausa, no se mueve, con las manos abiertas a los lados, una con el cuaderno y otra con la carta). Nada. Obviamente, no sé qué esperaba que pasara. Solo me llegó un aroma a naranja y limones. Después de eso, empecé a leer.

Una conversación con la actual directora del Departamento se volvió una reseña, una reseña se volvió una publicación, un trabajo de investigación, un libro, un premio de la universidad, coloquios en otras universidades, reuniones con otros arqueólogos… Una vorágine académica me engulló cual tormenta de arena en el desierto de Galilea y yo sonreía, apretaba manos, daba las gracias y por dentro sentía que me moría de la vergüenza. ¡Nada de esto es mío! ¡Este éxito no me pertenece! ¡Es enteramente de ella!

Y aquí estoy. Intentando ponerme mi mejor máscara académica, para pensar en algo que le haga justicia a esta brillante mujer que me dio clases, pero que me enseñó mucho más que los Principios Básicos de la Arqueología I. Esta brillante mujer a la que cité en más de una ocasión en mi trabajo doctoral. Esta mujer a la que vi trabajar incansablemente, en un hermoso acto de cómo la Academia y el amor por el conocimiento y las historias pueden convertirnos en un Ave Fénix. Esta mujer a la que siempre admiré de lejos, pero que me habría gustado conocer más de cerca.


(La Narradora ve la computadora, suspira. Deja la carta y el cuaderno junto a esta, en una actitud más segura, se frota las manos y la abre).


NARRADORA: Vamos, vamos, algo tengo que escribir.


(La Narradora se sienta frente a la computadora a escribir. Después de un largo rato tecleando, se detiene y lee en voz alta).


NARRADORA: “Todos conocimos a la doctora y profesora Caroline Angels como una eminencia en el Departamento de Arqueología de la Universidad de Cambridge, y no exagero cuando digo que sin ella, no estaríamos hoy, aquí, reunidos para presenciar un milagro. Si bien, el papiro de Miray, ese rollo milenario que la profesora tradujo, hoy ha desaparecido, su legado no. Porque su legado es esto: una comunidad de personas que abrazan el pasado que llega al presente, en forma de exposición, gracias a la alianza de Cambridge con el British Museum…”


(La Narradora se detiene. Luce satisfecha. Toma el cuaderno azul. Lo abre y busca una página específica).


NARRADORA: (leyendo una cita) “Con la voz de Miray, la vida recomienza.” (TR — Sonríe) Con la voz de la profesora Angels, también. (TR —Confundida, olfatea el aire) Ahora la que se volvió loca soy yo, ¿por qué huele a naranjas y limones?


(Blackout).




 
 
 

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